
Había una vez una niña a la que le encantaba mirar las estrellas. Todas las noches salía de su casa, se sentaba y levantaba sus grandes ojos al cielo con toda la admiración que podía sentir una pequeña niña, que nada sabe de la inmensidad del universo, pero que sí sabe percibir la belleza más grande del mundo para ella.
Se pasaba mucho, mucho rato mirándolas: las más grandes, las más pequeñas, las más brillantes y las menos...Imaginaba formas con ellas, intentaba contarlas, moverlas, les ponía nombres y las consideraba sus amigas.
Cada noche, después de repasarlas todas, la niña se detenía en una. Era la que más le gustaba porque, aunque no tenía un gran tamaño ni brillaba demasiado, cuando la miraba parecía que le guiñaba. Su parpadeo hacía que la niña imaginara que la estrella tenía vida. Así que ella le hablaba, le contaba lo que había hecho ese día, lo que había pensado, imaginado o soñado, sus pensamientos más íntimos y los secretos que nunca se atrevería contar a nadie.
Fueron pasando los años, como pasa el agua de lluvia entre los dedos de las manos y la niña se convirtió en mujer.
Empezaron a salir las arrugas, las manchitas blancas y negras en la piel envejecida, el cabello comenzó a emblanquecerse...
El cuerpo había madurado, pero la mente seguía siendo la de una niña tierna y sencilla que soñaba contemplando las estrellas.
Una vez más, después de tantas noches, aquella mujer salió a la calle y levantó sus ya cansados ojos al cielo, deseando ver a sus queridas estrellas. Pero aquella noche había muchas nubes y no se veía ninguna.
La mujer se sentó y, con los ojos cerrados, esperó, imaginó y volvió a soñar como tantas otras veces había hecho desde que era niña y se dio cuenta que su vida había pasado rápidamente, como un suspiro. Entonces, abrió los ojos y vio aparecer, lentamente, su querida estrella de detrás de una nube. Ésta volvió a guiñarle una vez más y la mujer empezó a hablarle, con voz suave, como se le habla a una amiga que se le cuenta algo confidencial...
“¿Sabes? Acabo de darme cuenta de que yo formo parte del universo y que ya mismo, mi vida aquí, en la tierra, se acabará, como se acaba la vida de todos los seres vivos”.
La estrella parpadeó y le dijo al oído:
“Tú formas parte del universo desde que naciste, desde que empezaste a mirar al cielo, admirando las estrellas, la Luna, las nubes, las aves; desde que te parabas a escuchar el trino de los pájaros, el sonido del agua y del viento; desde que sentiste el calor del primer beso, el primer abrazo, la primera caricia; desde que tú diste tu cariño y tu amor a las personas que te rodeaban y las saludabas con una limpia y sincera sonrisa...”.
La mujer cerró los ojos y empezó a ver con claridad como si toda su vida se hiciera realidad en aquel momento, las caras de todas las personas que había conocido: seres queridos de su familia, amigas, compañeros de trabajo o del colegio, vecinas o conocidas, simplemente, y todos le sonreían, y todas le tendían la mano.
Ella también sonreía y, con toda la tranquilidad y paz interior que una persona puede sentir, comprendió que nunca había estado sola, que siempre había estado rodeada de personas que la habían querido y a las que ella también había amado, apreciado o admirado y que, así como un grano de arena forma parte de la playa, ella formaba parte del universo.
Una suave brisa se levantó y acarició el rostro cansado de aquella mujer que, con los ojos cerrados, sonreía y soñaba. Entonces ella, lentamente, extendió sus brazos y acarició con todo su amor a su querida estrella.
3 comentarios:
Niña, mujer, estrella, ilusión, compañera y amiga. Esperanza hecha realidad en el tiempo que pasa.
me gusta tu cuento conchi, gracias
todos tenemos una estrella y sino nos la inventamos
la imaginacion es el bien mas preciado que tenemos (no nos hace falta nadie). y tu la tienes, regalanosla. un beso, sigue contando, pintando...
Conchi, simplemente, me has hecho llorar, no cabe ninguna duda de que tienes una sencibilidad muy, pero muy especial...
Un abrazo.....
Susana
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