Nunca se sabe...

Recuerdo que cuando yo era niña y una jovencita la mayoría de la ropa nos la hacíamos en casa, sobre todo la femenina, vestidos, faldas, blusas, camisones, pantalones, faldas-pantalón, etc. Más tarde las cosas cambiaron, la economía de las familias podía asumir el comprar la ropa confeccionada. Al principio se compraba en un comercio y se pagaba poco a poco, cada semana o cada mes se abonaba una cantidad hasta saldar la deuda. Luego llegaron a las ciudades y a los pueblos los mercadillos y en ellos se encontraban verdaderas gangas, lo que hacía que cada vez la costura se fuera dejando de lado, pues no compensaba el trabajo más comprar las telas, hilos, botones, cremalleras, etc, cuando se podían adquirir las prendas a bajo precio. Por último aparecieron las tiendas de los veinte duros y ahora las de los chinos, donde se encuentran todo tipo de prendas.

Pero las cosas están cambiando, estamos viviendo momentos difíciles, la crisis mundial está minando los bolsillos y no sabemos qué puede pasar en los años venideros. Quizás tengamos que volver a coger las agujas y los hilos para hacernos la ropa, quizás tengamos que reutilizar la que tenemos aunque le demos algún cambio, quizás los armarios se empiecen a ver más esclarecidos, quizás se nos quite el problema de tener que decidir qué me pongo entre las múltiples prendas colgadas en el ropero…

Las máquinas de coser quedaron prácticamente como piezas de museo, a lo mejor ahora hay que volverlas a engrasar y ponerlas a funcionar. A lo mejor ahora tendremos que aprender a coger los bajos del pantalón, hacer un ojal, pegar un botón o cambiar una cremallera.

Esta reflexión la hago porque las pasadas semanas las he dedicado a coser. He estado haciendo un vestido para mi hija y mientras cosía pensaba en todo esto.

Un día me preguntó que si le podría hacer un vestido para ir a una cena con sus compañeros de clase, le dije que sí pero que ella hiciera el diseño. Me dibujó en un papel cómo lo quería y nos pusimos manos a la obra. Yo le dije que lo intentaría y que si no salía pues que se pusiera cualquiera de los que tiene colgados en el armario. Aceptó.

Lo primero que hice es recodar a mi madre, la cantidad de veces que la vi cortando la tela para hacer un vestido. Siempre decía que había que comprar tela de sobra, por si acaso…

Cogí el metro y empecé a tomarle las medidas. Primero el largo (siempre por la espalda, desde la mitad del hombro hasta la largura deseada), luego el ancho de espalda, el contorno de pecho, cintura y caderas.

Se dobla la tela correspondiente a la parte de atrás y se marcan las medidas (la mitad del ancho de espalda, la cuarta parte de los contornos). Luego se corta dejando unos centímetros de más para las costuras. Después se corta el delantero. No hay que olvidarse de señalar las pinzas, dos en la parte trasera y cuatro en la delantera para el pecho.

Como veis todo lo hice sin patrones, como lo hacía mi madre, luego marcar con hilo, e hilvanar. Una vez hecho esto ya se puede probar el vestido y se empieza a ajustar al cuerpo. Más tarde se cose a máquina, se quitan hilvanes, se sobrehilan las costuras, se hacen los falsos y se ponen los adornos.

El vestido de mi hija era negro con un pico naranja en la parte de la falda. Para darle un toque coqueto se me ocurrió hacerle una flor con la misma tela naranja. Era la primera vez que la hacía, pero otra vez me vinieron las imágenes vividas en mi niñez junto a mi madre y a mi abuela cosiendo. Y la flor salió.

Cuando le enseñé el vestido a mi hermana me sugirió que si tenía tela le hiciera un foulard también de color naranja. Dicho y hecho, rápidamente corté una tira de tela y le hice los dobladillos a mano, como se hace con los mantoncillos. (Gracias, hermana, tus ideas siempre me vienen muy bien.) Y para darle también un toque personalizado le pinté una rosa en negro en uno de los extremos.

Mi hija pudo lucir su vestido en la cena, pero sobre todo siempre se acordará de que aquel vestido se lo hizo su madre, a mano, echándole horas, imaginación y ganas de que saliera lo mejor. Espero que algún día ella se siente también con aguja e hilo a coser. El saber no ocupa lugar y nunca se sabe… nunca…