Cajas: objetos para guardar tesoros

Cajas de cartón, de metal, de madera…

Cajas de zapatos, de camisas, de galletas. Cajas de puros, de aceite, de vino…

Tengo especial predilección por las cajas. Me gustan todas. Muchas veces me he preguntado el por qué y ahora pienso que quizás sea porque desde niña identifiqué este objeto como el ideal para guardar tesoros: recuerdos, secretos, detalles importantes en nuestras vidas.

De pequeña me encontraba en mi casa y en la de mi abuela con una caja de camisa llena de documentos, una caja de carne de membrillo llena de fotos, cajitas de cartón con botones, hilos, etc. y a mí me gustaba cogerlas y jugar con ellas.

Luego empecé a coleccionarlas yo y a utilizarlas para guardar cartas, recortes de revistas, fotos, monedas, sellos, también hilos y botones, lápices, postales, abanicos, ropa, zapatos, carpetas, cintas de cassettes, de vídeo, etc, etc. Unas son compradas y otras reutilizadas. Unas las he decorado y otras me gustan tal cual. La cuestión es que no puedo tirar una caja, siempre la guardo “por si acaso…”

Hace unos meses unos cuñados míos me enviaron una caja de madera con mi hijo. “Toma, dale esta caja a tu madre que seguro que le gusta”. Cuando la vi enseguida dije: ¡qué bonita!. Mi marido, que me conoce y leyó mi pensamiento, me dijo: “No la pintes que te voy a regalar una cosa para que la decores”. Al poco tiempo se presentó con un paquetito: ¡un pirograbador!. “¿Y cómo utilizo yo esto? No tengo ni idea.”

De pronto me acordé de personas que manejan esta técnica perfectamente, la primera mi amiga Mulita, una maestra en el arte de pirograbar tanto en madera como en tela. También me acordé de mi compañera Julia, la que nos regaló un pirograbado de la Mezquita fantástico, y de nuestra amiga Sole que también dominaba esta técnica y a la que podía dirigirme para que me enseñara pero desgraciadamente ya no está con nosotros.

Bueno, me dije, será cuestión de probar. Busqué un dibujo de unas flores, que perteneció a Sole, y lo calqué sobre la caja de madera. Y después empecé a pasar la punta del pirograbador, despacito, con cuidado, con más miedo que otra cosa. Pero a medida que pasaban los minutos me iba relajando y cada vez me entusiasmaba más.

He aquí cómo quedó mi primer pirograbado. Me queda tanto que practicar que sólo puedo decir que está en mi propósito seguir haciéndolo, pues se pueden hacer verdaderas maravillas, y yo quiero aprender, quiero seguir probando…