Hace veinte años

Hace veinte años, una noche como esta, estaba yo atareada en terminar una toquilla que estaba haciendo a ganchillo para una niña que iba a nacer. Me quedaban las puntillas del remate y sentada en mi sillón daba vueltas a la prenda, mientras mi marido paseaba nervioso por el pasillo. También mi madre, mi padre y mi hermana estaban allí esperando a que yo decidiera dejar la labor para irme en busca de la niña, pues ella ya estaba deseando de ver la luz, aunque en aquellas horas poca había ya que era de noche.
Por fin, solté la toquilla y le dije a mi marido: vámonos.

No sé a qué velocidad condujo por el Paseo de la Ribera, pero en nada estuvimos en la Cruz Roja. Ya todo fue correr. Parecía que todas las personas que trabajaban en aquellos momentos allí tenían prisa. Todas menos yo. Pero claro, tú no puedes opinar, con controlar la respiración y los dolores tienes bastante.

A la una y media nació la niña, nuestra hija. Recuerdo las palabras de mi madre: "mira, tienes una niña preciosa". Volví la cara y la miré, sí, también a mí me pareció preciosa, pero yo estaba muy cansada, quería dormir.

No creo que pasara mucho tiempo y mi marido, que seguía nervioso aunque menos, me pregunta de repente: "¿qué nombre le pongo a la niña?" Y es que no habíamos decidido ninguno entre los que barajábamos. Recuerdo que entre la borrachera le dije: "ponle como yo, Inmaculada", (aunque a mí me pusieron Concepción).

Y así fue como Inmaculada llegó a nuetras vidas, aportándonos esa inyección de alegría que traen los bebés. Desde chiquita fue muy independiente y siempre hizo lo que quiso, pero teniéndonos en cuenta también a nosotros, su familia. Así sigue y así la queremos.

¡Veinte años ya! ¡Parece que fue ayer!


Estos días quería prepararle algo hecho por mí para que tuviera un recuerdo, así que le he pintado la taza y el platito. Puede servirle de portavelas o de adorno, simplemente. El valor que tiene es que le he dejado mis huellas dactilares, ya que lo he pintado con los dedos, y que la taza era de mi madre.


El marco, que también era de mi madre, lo he pintado para poner esta foto de Inmaculada y Daniel, que me encanta.

El orgullo de una madre es ver a sus hijos crecer, en todos los sentidos. Yo, hoy, me siento orgullosa.